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viernes, 26 de abril de 2013

Vinos de altura en Bolivia, una industria incipiente que crece

Las tijeras se cierran de golpe y los racimos caen y se apilan en cajas de plástico: la vendimia transcurre como en otros lugares del mundo, excepto que aquí las parcelas se extienden hasta los 2.400 metros de altitud en las estribaciones de los Andes.

"Es una viticultura extrema", dice el enólogo Nelson Sfarcich, que trabaja para varias bodegas en la región de Tarija, al sur de Bolivia, en la frontera con Argentina.

La gran altitud, combinada con un clima cálido y seco y suelos calcáreos, forjaron condiciones que le imprimen un carácter diferente a la uva y dan a los vinos un sabor especial.

"Tenemos que trabajar más duro que los demás para obtener vinos de calidad", asegura Sfarcich.

Tras años de estudio, los expertos identificaron las cepas que más se adaptan al lugar: Cot (Malbec), Merlot, Tannat, Petit Verdot.

"Todas le dan a los vinos una gran variedad de sabores de frutas rojas, como arándanos y ciruela. Nuestros vinos blancos se inclinan más bien hacia aromas de piña y cítricos", explica Sfarcich.

Introducido en la región en el siglo XVII por los jesuitas españoles, el vino nunca sedujo masivamente a los bolivianos, que de hecho consumen un poco más de un litro por persona al año, muy lejos, por ejemplo, de los 54 litros que beben los franceses, según cifras de la industria.

"La viticultura se industrializó aquí hace sólo 15 o 20 años", subraya Sfarcich.

Y agrega: "El interés de los bolivianos por el vino es reciente, pero el consumo aumenta de forma gradual y nuestro desafío es incluir el vino en la dieta de nuestros compatriotas".

Un futuro más allá de fronteras. Los viticultores bolivianos miran también más allá de sus fronteras, aprovechando la etiqueta de "vinos de altura" que nació a mediados de los años 1990, que les da un nicho de mercado aún no explotado.

José Luis Porcel, presidente de la Asociación Nacional de la Industria del Vino (ANIV), es optimista sobre el futuro.

"Ya hemos exportado a España, Estados Unidos, Canadá y hasta a Francia, pero en pequeñas cantidades. Nos ha servido sobre todo en términos de imagen. La respuesta que tenemos es muy positiva y podemos decir que, a mediano plazo, vamos a fortalecer nuestras exportaciones", dice a la AFP.

Porcel afirma que las bodegas de Tarija tienen la capacidad de aumentar su producción, que es hasta el momento de sólo 5,5 millones de litros por año con cerca de 2.500 hectáreas de viñedos, frente a las más de 210.000 hectáreas del vecino Argentina.

Las estadísticas son auspiciosas. Quince años después de la transición a una escala industrial, las cifras del vino boliviano han crecido de forma vertiginosa: de ser casi inexistente años atrás, hoy la actividad vitivínicola boliviana sobrepasa los 45 millones de dólares al año y apoya directamente a unas 4.000 familias, según la ANIV.

La "Ruta del Vino". El gobierno boliviano promueve la llamada "Ruta del Vino" en la región de Tarija, donde se concentra el 80% de la producción vitivinícola del país. Un guía turístico considera que el despegue del vino impulsó el turismo en la región.

"Nuestras botellas han ganado algunos premios en el extranjero y eso sorprende al mundo del vino", dice con orgullo Javier Castellano a una treintena de turistas europeos y latinoamericanos que recorren la "Ruta del Vino" en Tarija.

El circuito, de unos 40 kilómetros, está inmerso en colinas verdes donde se pueden visitar bodegas familiares que siguen produciendo artesanalmente un vino dulce y fuerte. También allí se puede probar el singani, el licor nacional de Bolivia, elaborado a partir de la destilación de vino de la uva moscatel de Alejandría o Muscat de Alejandría.

"Tarija nunca ha sido un destino para aquellos que visitan Bolivia, pero hoy en día, el principal producto turístico de la región es el vino. Gracias al vino la afluencia de turistas europeos crece con fuerza. Y estamos empezando a recibir el sistema internacional de reservas específicamente para nuestros vinos", asegura Castellano.

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